Soy perfeccionista. No lo puedo evitar.
Aparece una idea > me entusiasmo > la desarrollo; Me enamoro, sueño, planifico > Me comparo (hasta conmigo misma), me minimizo, me anulo. Me frustro > “Noche negra del alma” > respiro, salgo, camino, abro todos los sentidos, … me vuelvo a llenar de inspiración > Nueva idea, versión mejorada . De repente, suena el timbre. Es el “censor” nuevamente el que llama a la puerta.
Mi peor fantasma es mi propio reflejo. Me autoboicoteo. Aprendí que el qué dirán me importa menos que mi propia voz. Me escucho a mí y me doy pánico.
Vivo el Proceso Creativo en un constante Loop. Pero, ¿Cómo salir del bucle? Me lo pregunto cada vez que entro en esta etapa introspectiva, en la llanura, en ese estado de limbo entre la vida y la muerte creativa. Suena catastrófico, lo sé. Pero lo vivo, y puedo asegurar que ese estado existe. Y que tiene solución.
Ayer en una micro sesión que tuve con la Coach Sharon BorgstrÖm, entendí que este proceso es absolutamente normal y necesario. Somos creativos por condición intrínseca. Absolutamente todos los seres humanos. Es algo biológico. La cuestión está en desarrollarlo. La creatividad es como un músculo.
Darnos permiso a probar, a explorar, a seguir haciendo, por más que no esté perfecto. Lo único que necesitamos en la etapa de exploración es que las cosas existan; los “shitty first drafts” o borradores caca, son necesarios. Porque una vez que exista, lo podemos mejorar, cambiar, sumar o quitar. Y sobre todo aceptar. Aceptar que somos humanos, que estamos cambiando y evolucionando permanentemente. Que todo es una aprendizaje constante y lo que hacemos deja marca, para recordarnos lo que fuimos y entender como mejorarlo para evolucionar.
Intento grabar esto a fuego.
Del fondo solo se sale llegando hasta lo más hondo, hasta el piso, para tomar desde ahí impulso y salir con todo lo que nos queda a flote, con esas ganas de “no me arrebates lo que me queda!”
Te lo digo y me lo digo:
Date permiso.
Me doy permiso.